jueves, 16 de febrero de 2012

Leon de Luc Besson (1994)



A comienzos de los noventa surgieron una serie de películas y directores que establecieron una re lectura cínica del género policial, regocijándose en la forma, llevándola casi a la parodia, con personajes que están fuera de la ley no por elección sino porque, justamente, nunca han podido elegir, y que a pesar de su extrema violencia y su amor a las armas son menos asesinos que victimas de un orden de cosas. No era nada novedoso, claro, ya Arthur Penn o Samuel Fuller hicieron esto mismo con excelencia en los sesenta, pero si las operaciones retro funcionan es porque el pasado es un concepto aburrido y desdeñado por la sociedad de consumo. Natural Born Killers, Kalifornia, True Romance, Reservoir Dogs, casi todos guiones de Tarantino llevados a la pantalla, en aquel extraño momento en que Quentin era el salvador del séptimo arte, operación que más tarde se transformaría en un goce fetichista por los géneros y una prolongada y estúpida masturbación cinéfila. En este contexto, el francés Luc Besson se despacho con The Professional, quizás la mejor de todas las películas de esta efímera primavera tarantinesca, aun a pesar de su injustificable barroquismo, aun a pesar de la actuación desmedida de Gardy Oldman, quizás porque hay en la obra elementos y motivaciones que el director sabe dejar libradas al misterio para que el espectador los interprete a su manera.

El planteo es sencillo: la unión de dos seres desclasados que se conocen por circunstancias fortuitas. Uno de ellos, Leon, interpretado por Jean Reno, es un asesino profesional de origen europeo que apenas sabe comunicarse, una máquina de matar brutal e inocente que ha sido robotizada, a quien se le ha intentado suprimir todo rasgo de humanidad. A dos puertas de su departamento vive una niña de 11 anos con una familia masacrada a balazos por la policía interpretada por Natalie Portman. Sin hogar ni destino, la niña apela en una admirable escena a la piedad de León y este accede. A partir de ese momento comienza a desarrollarse una ambigua y encantadora relación entre ambos, relación que trasciende lo sexual, que podríamos calificar de filial pero que también excede esa reducción y que quizás pueda explicarse como Amor en el sentido más puro de la palabra. Uno será la familia del otro, ambos dejaran la soledad para vivir en esa duplicidad simbiótica que implica una relación, y los rasgos inhumanos de León comenzaran a deshacerse en un traspaso de thanatos a eros que constituye la clave del filme.

Recuerdo aquella magnífica película de Ford, The Man Who Shot LIbery Balance, en la que un fallecido John Wayne es simbolizado por un cactus que su antiguo amor coloca sobre su tumba. Lograr ese traspaso de materia, encontrar el alma de una persona en un objeto-signo que lo representa luego de su muerte, es una operación cinematográfica compleja y admirable que Luc Besson repite en The Professional. León cuida una planta, la atesora, la riega, se preocupa de que el sol la ilumine. La niña le pregunta por qué y este, en un recurso de guion algo forzado que dejamos pasar, responde: porque no tiene raíces, como yo. En la escena final, la niña le dará a León (y a la planta) raíces para prolongar su existencia, y en ese lugar encontrará ella también un hogar donde asentarse. Un final sensacional para una película cuyo corazón sobrepasa cualquier exceso tarantinesco que luche por arruinarla.

JPS

No hay comentarios:

Publicar un comentario