martes, 31 de julio de 2012

To Rome With Love de Woody Allen (2012)



Desde el arrollador éxito de Match Point que Woody Allen viene haciendo películas turísticas que carecen de toda vinculación con lo real, piezas de museo banales que a veces tienen mucha pericia narrativa (Match Point es el mejor ejemplo) y que por lo general resultan exploraciones intrascendentes sobre la culpa, la memoria o el tiempo, todos temas importantes. Allen es contradictorio: filma los tópicos centrales del hombre occidental con una liviandad asombrosa, como si todo lo observara desde kilómetros de distancia, contentándose con filmar dos o tres conversaciones cultas y permanecer en una superficie que es muy cómoda para él y para el nuevo público que lo celebra. Todo esto no deja de ser algo penoso para un admirador de Bergman como él, el sueco logra en un plano de Un Verano Con Monica lo que Woody no consigue en toda su filmografía reciente.

To Rome With Love prosigue con esta liviandad cinematográfica y la ciudad eterna es un decorado de cartón que no tiene relación alguna con la trama. Las últimas películas de Allen tienen el problema de reducirse a una moraleja, a una frase sobre la que sustentar su hipótesis, y en lugar de generar preguntas nos otorgan respuestas cómodas, tranquilizadoras. Desde sus maniqueos debates dostoievskianos hasta su reciente negación de la nostalgia de Midnight in Paris, todo misterio queda aplanado bajo una mirada que oscila entre el didactismo y la facilidad. Los  tres episodios que componen To Rome With Love tienen este problema, siendo el de la pareja italiana el más bello del grupo, quizás porque no se trata de estadounidenses en plena excursión turística sino de italianos tratando de abrirse paso en su gran ciudad.

La contradicción entre lo banal y lo trascendente en la obra reciente de Allen se encarna en el insoportable personaje que interpreta Ellen Page. Mónica es una actriz egocéntrica, histérica, compulsivamente seductora, una falsa intelectual que sabe dos o tres frases de cada poeta para impresionar chicos sensibles y desprevenidos. Tomando mi experiencia como parte de este relato, estoy seguro que Mónica sería una espectadora feliz de este tipo de películas de Allen ya que combinan dos de sus pasiones: el turismo y el arte pop, ese que es menos una interrogación sobre el mundo que un objeto de consumo. Claro que, siguiendo con mi experiencia, si a Mónica le preguntaran que opina de Annie Hall, ella respondería: ¿Qué?

JPS

lunes, 30 de julio de 2012

Dov’e La liberta…? De Roberto Rossellini (1954)


Rossellini es uno de los grandes directores del siglo XX porque capta a la perfección esa angustia ante lo real que caracteriza la epoca, angustia que se vuelve metáfora en la caminata de aquel niño entre las ruinas de Europa de Germania anno zero o en los temerosos pasos de Ingrid Bergman frente a la actividad de los geisers en Viaggio in Italia. Claro que, a diferencia de los personajes deambulantes de Lisandro Alonso, los personajes de Rossellini asumen una dimensión política y su angustia no es solo metafísica sino también social. En muchos sentidos la obra de Rossellini parece afirmar aquella idea de que la Historia se termino, es decir, que el hombre ya no es quien la escribe sino las sociedades anónimas que controlan el poder. Esta definición, en lugar de hacerlo caer en las lúgubres sombras de la post modernidad, se presenta en su obra como un conmovedor alegato moderno. Lo posmoderno nos condena a la parálisis, lo moderno nos compromete con la acción.

En Dov’e la liberta…? hay un deambular, el del barbero Salvatore Loiacono, que luego de pasar 22 años en prisión es liberado. Loiacono es un preso ejemplar, querido por sus compañeros, y se enfrenta a esa libertad con la misma angustia con la que lo hace Roquentin en La Nausea. Condenado por un crimen pasional (su mejor amigo acoso a su esposa), Loiacono se va de un mundo y vuelve a otro, la Italia de posguerra, con las heridas del fascismo a flor de piel. Loiacono erra por las calles de una Roma sin rumbo y trata de ganarse la vida en una sociedad individualista donde el concepto de comunidad se ha perdido. Hay una fuga invertida que constituye el mejor momento de la película y la clave de toda la obra: no hay libertad sin comunidad y el barbero encuentra ecos de esa vida comunitaria en la prisión de la que lo expulsaron. En la calle, en el mundo, ya no hay lugar para los buenos. En este sentido, la paradoja del filme es muy inteligente, y tiene una vinculacion total con la obra del gran director italiano. El problema es que Dov’e la liberta…? tiene un tono de comedia melodramática que su actor protagonista, Toto, lleva con mucha altura, pero que no le queda cómodo a Rossellini. Esto termina dando como resultado una obra bella pero dispar, que no termina de dar con su mote juste. 

JPS

miércoles, 25 de julio de 2012

Angels With Dirty Faces de Michael Curtiz (1938)



Toda gran obra artística es misteriosa, excede la voluntad de su creador e imita a la Naturaleza y su enigma lleno de horror y belleza. El acto final de Rocky Sullivan, el personaje que interpreta James Cagney, puede ser tanto su última gran actuación como un miedo genuino ante la proximidad de la muerte, y la incertidumbre queda en un espectador que se enfrenta a un film que nunca concluye. Los últimos 10 minutos de Angels With Dirty Faces tienen un conmovedor eco borgeano y plantean una visión de la redención que se traslada a esa otra vida que imaginamos y desconocemos.

Una New York en construcción es el escenario de la amistad de dos chicos humildes, Rocky y Jerry, que menos por necesidad que por un afán juvenil de aventuras intentan robar unas cajas del vagón de carga de un ferrocarril. La policía llega y los persigue, Rocky ayuda a su amigo Jerry a escapar pero el termina preso y cumple condena en un reformatorio. Esta escena tiene sus consecuencias: Jerry y su culpa lo llevaran a convertirse en sacerdote, Rocky se transforma en un afamado gánster que vive el día a día y que desea ser parte de las luces de la ciudad.

Rocky vuelve al barrio a cerrar un oscuro negocio junto a su abogado, un temeroso Humphrey Bogart, y se relaciona con el mundo que ha dejado: su viejo amigo Jerry, los chicos que este cuida y trata de encaminar y Laury, un viejo amor infantil. A pesar de ser un delincuente y un convicto, todo el mundo ama a Rocky, y el padre Jerry ve como su figura se diluye frente al carisma de su amigo.

La actuación de James Cagney es impresionante, Rocky es un personaje irresistible y encantador y la película logra encontrar ese matiz entre el contexto social que lo produjo y una esencia, una forma de ser, que lo hace propenso al desborde y a la auto destrucción. Estados Unidos se construye entre la mafia y la delincuencia y Curtiz logra establecer de manera genial el drama entre el ambiente y los personajes. La dirección es sobria por momentos y barroca en otros, pero a pesar de estos contrastes tiene una unidad admirable porque entiende que es lo que sucede por debajo de la anécdota que estamos viendo. Exagerando un poco, en la película se pone en juego el futuro de una nación, y las luces y las sombras que acompañan esta lucha merecen tener esa potencia dramática.

Algún ensayo retomado por Borges afirma que el verdadero sacrificado en la muerte de Jesús es Judas, quien para ayudar a que se cumpla la historia acepto pasar a la eternidad como el traidor. Hay mucho de esto en Angels With Dirty Faces, y en ese plano final en el que los jóvenes suben desde el subsuelo hacia la escalera iluminada por los rayos del sol del mediodía hay una ascensión divina y terrenal que termina un viaje dantesco hacia la Virtud.

JPS