Desde el arrollador
éxito de Match Point que Woody Allen
viene haciendo películas turísticas que carecen de toda vinculación con lo real,
piezas de museo banales que a veces tienen mucha pericia narrativa (Match Point es el mejor ejemplo) y que
por lo general resultan exploraciones intrascendentes sobre la culpa, la
memoria o el tiempo, todos temas importantes.
Allen es contradictorio: filma los tópicos centrales del hombre occidental con
una liviandad asombrosa, como si todo lo observara desde kilómetros de
distancia, contentándose con filmar dos o tres conversaciones cultas y
permanecer en una superficie que es muy cómoda para él y para el nuevo público
que lo celebra. Todo esto no deja de ser algo penoso para un admirador de Bergman
como él, el sueco logra en un plano de Un
Verano Con Monica lo que Woody no consigue en toda su filmografía reciente.
To Rome With Love prosigue con esta liviandad cinematográfica y la
ciudad eterna es un decorado de cartón que no tiene relación alguna con la
trama. Las últimas películas de Allen tienen el problema de reducirse a una moraleja,
a una frase sobre la que sustentar su hipótesis, y en lugar de generar
preguntas nos otorgan respuestas cómodas, tranquilizadoras. Desde sus maniqueos
debates dostoievskianos hasta su reciente negación de la nostalgia de Midnight in Paris, todo misterio queda
aplanado bajo una mirada que oscila entre el didactismo y la facilidad. Los tres episodios que componen To Rome With Love tienen este problema,
siendo el de la pareja italiana el más bello del grupo, quizás porque no se
trata de estadounidenses en plena excursión turística sino de italianos
tratando de abrirse paso en su gran ciudad.
La contradicción entre
lo banal y lo trascendente en la obra reciente de Allen se encarna en el
insoportable personaje que interpreta Ellen Page. Mónica es una actriz egocéntrica,
histérica, compulsivamente seductora, una falsa intelectual que sabe dos o tres frases de cada poeta para
impresionar chicos sensibles y desprevenidos. Tomando mi experiencia como parte
de este relato, estoy seguro que Mónica sería una espectadora feliz de este
tipo de películas de Allen ya que combinan dos de sus pasiones: el turismo y el
arte pop, ese que es menos una interrogación sobre el mundo que un objeto de
consumo. Claro que, siguiendo con mi experiencia, si a Mónica le preguntaran
que opina de Annie Hall, ella respondería:
¿Qué?
JPS
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