miércoles, 25 de julio de 2012

Angels With Dirty Faces de Michael Curtiz (1938)



Toda gran obra artística es misteriosa, excede la voluntad de su creador e imita a la Naturaleza y su enigma lleno de horror y belleza. El acto final de Rocky Sullivan, el personaje que interpreta James Cagney, puede ser tanto su última gran actuación como un miedo genuino ante la proximidad de la muerte, y la incertidumbre queda en un espectador que se enfrenta a un film que nunca concluye. Los últimos 10 minutos de Angels With Dirty Faces tienen un conmovedor eco borgeano y plantean una visión de la redención que se traslada a esa otra vida que imaginamos y desconocemos.

Una New York en construcción es el escenario de la amistad de dos chicos humildes, Rocky y Jerry, que menos por necesidad que por un afán juvenil de aventuras intentan robar unas cajas del vagón de carga de un ferrocarril. La policía llega y los persigue, Rocky ayuda a su amigo Jerry a escapar pero el termina preso y cumple condena en un reformatorio. Esta escena tiene sus consecuencias: Jerry y su culpa lo llevaran a convertirse en sacerdote, Rocky se transforma en un afamado gánster que vive el día a día y que desea ser parte de las luces de la ciudad.

Rocky vuelve al barrio a cerrar un oscuro negocio junto a su abogado, un temeroso Humphrey Bogart, y se relaciona con el mundo que ha dejado: su viejo amigo Jerry, los chicos que este cuida y trata de encaminar y Laury, un viejo amor infantil. A pesar de ser un delincuente y un convicto, todo el mundo ama a Rocky, y el padre Jerry ve como su figura se diluye frente al carisma de su amigo.

La actuación de James Cagney es impresionante, Rocky es un personaje irresistible y encantador y la película logra encontrar ese matiz entre el contexto social que lo produjo y una esencia, una forma de ser, que lo hace propenso al desborde y a la auto destrucción. Estados Unidos se construye entre la mafia y la delincuencia y Curtiz logra establecer de manera genial el drama entre el ambiente y los personajes. La dirección es sobria por momentos y barroca en otros, pero a pesar de estos contrastes tiene una unidad admirable porque entiende que es lo que sucede por debajo de la anécdota que estamos viendo. Exagerando un poco, en la película se pone en juego el futuro de una nación, y las luces y las sombras que acompañan esta lucha merecen tener esa potencia dramática.

Algún ensayo retomado por Borges afirma que el verdadero sacrificado en la muerte de Jesús es Judas, quien para ayudar a que se cumpla la historia acepto pasar a la eternidad como el traidor. Hay mucho de esto en Angels With Dirty Faces, y en ese plano final en el que los jóvenes suben desde el subsuelo hacia la escalera iluminada por los rayos del sol del mediodía hay una ascensión divina y terrenal que termina un viaje dantesco hacia la Virtud.

JPS

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