jueves, 16 de febrero de 2012

Knock On Any Door de Nicholas Ray (1949)

Toda mi admiración y mi respeto para el gran Nick Ray, un director de cine que, además de tener una admirable capacidad visual que lo hace digno heredero del legado de Lang, sabía expresarse con el corazón y convertía incluso a sus películas de encargo en testamentos personales llenos de pasión artística; algunas obras suyas como The Lusty Men o In a Lonely Place todavía permanecen en mi memoria como intensos testamentos cinematográficos. Uno de sus temas más frecuentes es la búsqueda de un hogar, de un espacio donde dar y recibir amor, donde sentirse contenido ante la mugre del mundo. Sus personajes, condenados por sus propias convicciones a la soledad, atraviesan sus filmes buscando un lugar para descansar y no pocas veces ese lugar es la muerte.

En Knock on Any Door, una de sus primeras obras, nos encontramos con la historia de un joven desclasado a quien las circunstancias sociales (una familia desintegrada, una infancia en un barrio lleno de delincuentes) lo convierten en un criminal. Acusado de asesinar a un policía, quien lo defenderá es el inmenso Humphrey Bogart, un abogado tan cínico y encantador como puede ser Boggie, comprensivo con la situación del joven ya que el mismo ha salido de un barrio humilde para contruir luego un buen nombre en la sociedad. El joven dice ser inocente y Boggie es el único que le cree. A pesar de las advertencias de sus colegas, toma el caso.

Comienza el juicio y, con él, un recorrido a través de flashbacks por la historia del joven, desde la muerte de su padre hasta la noche en que se produjo el homicidio del policía. Revelando su humanismo, Ray muestra que no existe tal cosa como la maldad o la bondad sino un conjunto de circunstancias que empujan a los hombres a la desesperación. El filme tiene golpes duros y está lejos de ser una fabula optimista; por el contrario, la amargura que recorre el relato destruye el amor del protagonista y la fe en su posible redención.

El punto más flojo del filme, y clave en la consideración del mismo, es quien interpreta al joven criminal, el actor debutante, hoy felizmente olvidado, John Derek. Su actuación es correcta pero adolece de todo carisma, hecho que se nota aun más al lado de su ilustre acompañante. Brando estuvo a punto de interpretar ese papel, en un encuentro cinematográfico con Bogart que hubiera sido delicioso. El personaje es poderoso y carga con el mayor peso dramático, pero el pobre Derek no está a la altura de las circunstancias, mas teniendo en cuenta que, como toda película americana de la época, posee una puesta teatral basada en escenas de fuerte carga emocional en las que siempre se queda corto.

Aun así, la película parece anticiparse a la revolución juvenil que el propio Ray narraría luego en Rebel Without a Cause. Vivir rápido, morir joven y dejar un cadáver bonito es la consigna del personaje, y se comenzaba a perfilar por entonces una visión de la juventud de post guerra que llegaria al poder en los sesenta y que mutaría luego en un publicitario concepto de marketing.

Ray dirige con habilidad y elige con sabiduría los primeros planos; destaca por su capacidad para comprender, ya en su época, que la criminalidad es un asunto social y responsabilidad de una nación entera. El final muestra que lo que muere no es un joven sino el país que lo ha condenado. A fin de cuentas, para el personaje la muerte es el lugar de descanso final, el hogar que tanto necesitaba y que nunca tuvo.

JPS

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