Welles era
naturalmente barroco, todo en su obra vira hacia la grandilocuencia y el
efectismo y el ideal de belleza equilibrado del clasicismo conforma una suerte
de prisión para su habitual derroche de talento egocéntrico. The Stranger encuentra a un Welles
contenido, tratando de cumplir con Hollywood para volver a ser considerado un
director normal y conseguir
financiamiento para futuras obras maestras como The Lady From Shangai. Es una obra menor porque la arrebatadora
personalidad del director esta ceñida a una convencionalidad que lo deja a
mitad de camino, su habitual verborragia visual se deshace en guiños que no se integran a la película sino que muestran una desconfianza total hacia el material filmado.
La trama es
interesante. Edward G. Robinson interpreta a Wilson, miembro de la comisión de crímenes
de guerra estadounidense, entidad que está detrás de la pista de Frank Kindler,
uno de los cerebros del Holocausto nazi. Kindler ha borrado su identidad y se
ha refugiado en algún lugar de Estados Unidos. Para encontrar a Kindler, Wilson
deja a escapar a uno de sus antiguos camaradas nazis, Meinike, y luego de
seguirlo algunos días este arriva a Harper, Connecticut, un idílico y encantador
pueblito americano. Kindler ha cambiado su nombre y se llama ahora Charles
Rankin. Cuando se encuentra con Meinike y nota que este pone en riesgo su vida
normal de casado junto a su bella esposa Mary, lo asesina. Claro que el obstinado
detective Wilson comienza a hacer peligrar su buen nombre en la comunidad.
El filme comienza
muy bien pero luego Welles, que es un creador de grandes personajes pero no de
grandes tramas, se va extraviando en su propio e intricado argumento y termina
entregando un final absurdo e irrisorio. Creo que Hitchock hubiera hecho una obra
maestra con este guion, tiene todos los elementos que fascinaban al gran
director ingles: Estados Unidos como una comunidad amenazada desde su interior,
el amor incondicional de una mujer hacia un hombre sospechado, un acusado y su
implacable perseguidor. Welles no cuenta la historia desde un punto de vista
determinado sino que arma un relato coral que nos brinda toda la información, suprimiendo
la intriga. Sospecho que Hitchcock hubiera contado toda la historia desde los
ojos de Mary (como hace en Spellbound
o en Shadow of a Doubt) y hubiera sido
hermoso ver como ella, ciega de amor, confía hasta el final en su
marido nazi, contra todas las convenciones familiares y comunitarias.
Para ser justos,
la película tiene sus meritos, algunos buenos momentos que la hacen digna de atención.
El asesinato de Meineke en el bosque, mientras los alumnos del ejemplar
profesor Ruskin juegan, es memorable. Quizás Welles haya narrado la historia de
su propio conflicto: un director excesivo y genial tratando de desarrollar su
arte en el marco de una industria que busca la convencionalidad de la ganancia
segura. Quizás Welles haya intentado ser Rankin por unos momentos, sabiendo que,
al acecho, amenazante, estaba la sombra de Kindler, el genio desbordado y
final. El fracaso del nazi es el fracaso del propio Welles al momento de filmar
una película fallida que narra su propia metáfora, esa escisión entre el
desborde autodestructivo y una moderación mórbida.
JPS
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