lunes, 27 de agosto de 2012

The Devil is a Woman de Josef von Sternberg (1935)

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No todas las peliculas tienen la obligacion de ser clasicas . En algunas ocasiones es agradable contemplar divertimentos, ejercicios cinematograficos que, aun cuando no alcancen la grandeza artistica, tengan la dignidad de ser agradables. Hitchock, por ejemplo, era experto en filmar peliculas de puro entretenimiento pasatista sin caer en la banalidad, el golpe bajo o el efectismo. The Devil is a Woman de von Sternberg es honroso miembro de este sub genero de films menores, y esta muy bien que asi sea.

La historia es de una simpleza abrumadora: Marlene Dietrich vuelve locos a los hombres y en la pelicula conocemos a tres de ellos, capaces de dar la vida por la misteriosa Concha (ese es su nombre en la ficcion, freudianos). Esta claro que para sostener un argumento de este tipo es necesario contar con una figura de la talla de Dietrich, con su carisma y esa desconcertante belleza teutona que llevo a Hemingway a llamarla “my little kraut”. Dietrich es El Cine, en una epoca en que el septimo arte aun formaba parte del imaginario de las personas, y esa cualidad esencial de su rostro traspasa la pantalla y llega al espectador aun cuando han pasado casi 100 años.

El film transcurre en España y, mas alla de alguna vaga alusion politica, el director no utiliza el escenario iberico para hacer historia sino para construir unos recargados escenarios en el ambiente festivo de un carnaval. El estilo barroco de von Sternberg encuentra en la fiesta popular el contexto perfecto para armar su mundo lleno de adornos, mascaras, cientos de extras y movimientos de camara que viajan con el fluir incesante de las personas por las calles. Todo en la pelicula es movimiento, no hay pausa sino un torrente de vida impulsado por el motor sexual de Marlene. El ambiguo final es tambien el unico momento reflexivo del film y, sin dudas, el  menos feliz.

The Devil is a Woman calca el tema, el director y la actriz principal de ese gran clasico del cine que es Der Blaue Engel pero extraña la figura tragicomica de Emil Jannings y, quizas por eso, no logra acertar el tono justo. De todos modos, como ha dicho alguna vez Borges, las obras menores no estan exentas de alguna modesta felicidad, como esa otra obra menor, la vida humana.

JPS

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