lunes, 3 de noviembre de 2014

Bachelorette de Leslye Headland (2012)



Le di play a esta película con todos los prejuicios que un hombre como yo puede tener ante un chick flic protagonizado por Kirsten Stewart pero mi sorpresa fue mayúscula cuando me encontré frente a una obra muy digna y desprejuiciada, con personajes que, aún llevados al paroxismo, tienen heridas reales que la directora supo contar en pantalla. Bachelorette no es exactamente una versión femenina de Virgen a los 40 aunque se relaciona con esa película, la mejor de la sobrevalorada fábrica Appatow, en la humanidad apabullante de sus personajes.

La trama es de una sencillez prístina: una chica gordita va a casarse y sus compañeras de secundaria deben organizarle la boda. En sus viles corazones femeninos se oculta un dejo de rencor al ver que la chica más fea del grupo contrae matrimonio antes que ellas y ese pensamiento las lleva al desastre durante la larga noche en la que transcurre el film. Como en casi toda comedia americana hay una chica obsesionada con el futuro, otra anclada al pasado y otra que vive en el devenir errático del presente. Todas deberán aprender una lección y asistir a la boda siendo mejores personas y descubriendo que aquello que las une es más fuerte de lo que pensaban. Todo esto, de una previsibilidad que podría exasperar, se vuelve tolerable sólo porque las actuaciones son muy buenas y porque, sin caer en la estupidez soez, la mujer es retratada con libertad y valentía: las chicas pueden tener sexo en el baño con un desconocido sin que eso genere culpa, o pueden tomarse una raya sin que el dedo de la sociedad le caiga encima, o pueden escuchar una banda de rock desconocida sin intentar generar con eso una estúpida escena cool. Este concepto puede parecer conservador pero no se me ocurre uno mejor: el buen gusto prevalece. 

Cierro este breve texto notando que los dramas de mi generación, la generación nacida entre 1980 y 1990, comienzan a retratarse en el cine y la televisión: la dificultosa relación entre placer y trabajo, la presión por el dinero y la belleza, la comprensión de que el sexo y la droga libre no conducen más que a la vanidad, el narcisismo como valor central de las emociones, el rechazo por la competencia laboral del mundo de nuestros padres, entre otros. Siendo sincero, siento poderosamente que nací un segundo antes que Internet y que ese segundo me llenó de aromas, colores y sonidos que de otro modo hubiera perdido irremediablemente. 

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