martes, 28 de octubre de 2014

The Conjuring de James Wan (2013)



Un matrimonio con 5 hijas se endeuda para comprar una casa y, cuando finalmente se muda, un conjunto de improbables fantasmas los asusta por las noches. No es muy difícil comprender que el miedo a perderlo todo, tal como sucedió en Estados Unidos con la crisis de las hipotecas, es el eje de esta película y del cine de terror en general. El mecanismo es simple y no por eso menos efectivo: aquello que damos como confiable y seguro se deshace y ya no hay más que incertidumbre y miedo. The Home of The Brave transformado en un hostil espacio de pesadilla. 

El problema del cine de terror es que sus alegorías son muy obvias y que, finalmente, exhibe su fatal conservadurismo: el miedo fue pasajero, no hay nada que el sistema narrativo no pueda resolver. Quedan entonces algunos trucos de imagen un poco infantiles, sustos menores y la sensación de que, no importa lo que pase, nadie en verdad sufrirá porque el espectador, en alguna sala remota de Nebraska, aún deberá tener ánimo para volver a su casa y, al otro día, seguir trabajando para construir su pequeño sueño americano. 

Supongo que nada de lo que escribo tiene algún sentido ya que con estos esquemas simples películas mediocres como Mama o Paranormal Activity han recaudado millones de dólares en todo el mundo. Supongo también que, en la medida en que los lazos de comunidad se vayan deshaciendo y el hogar se convierta en un refugio para protegernos del mundo, cualquier película que narre una amenaza a ese pequeño espacio de protección se convertirá, casi por cuestiones emocionales, en un éxito menos del cine que de la sociología y, claro, de la política. 

 

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