jueves, 23 de octubre de 2014

Gravity de Alfonso Cuarón (2013)



Los críticos se han empeñado en comparar a Gravity con 2001: A Space Odyssey y sólo por eso debí sospechar de sus acalorados elogios: es fama que 2001 es la peor película de Kubrick. De todos modos, aún en su insólito nivel pretensión, en aquel film el espacio (esa construcción ficcional con la que denominamos a todo aquello que sucede por fuera de nuestro planeta) juega un rol dentro del mecanismo narrativo, siquiera porque su insondable infinitud es la metáfora apropiada para el gran interrogante metafísico de la obra. En Gravity, en cambio, el espacio es apenas un juguete tecnológico, un fuego de artificio ideal para organizar una muy inteligente campaña de prensa, sin ningún rol dentro de la trama de la película que, lo juro, podría haber transcurrido sin problemas en un pub del conurbano bonaerense o en una lancha en el océano Atlántico. 

Gravity pudo haber tratado sobre el impulso humano por vivir a pesar de las adversidades pero, incapaz de representar al hombre sin el peso de lo civilizado, Cuarón decidió que esta verdad abstracta se vuelva anécdota: el personaje que interpreta Sandra Bullock ha experimentado la muerte de su hija y, sola en el espacio, debe decidir si lucha por volver a pesar de esa enorme tristeza. Así la película pierde poder, se vuelve un libro de autoayuda en la mesa de saldos de una librería, y acaba clausurando este conflicto ridículo en el plano final más vergonzoso del cine americano reciente.

Los errores de la película son tan grandes y numerosos que es preferible evitar la ennumeración. Pretenciosa, risible, con graves errores de casting, Gravity es la clase de producto moralizante y filosóficamente endeble que en Hollywood premian con un Oscar. 







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