viernes, 9 de noviembre de 2012

Man Hunt de Fritz Lang (1941)

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Fritz Lang huyo de Alemania cuando rechazo una oferta de trabajo de Goebbels que, a pesar de haber censurado dos films sonoros del director, era admirador confeso de Metropolis. Lang comenzó en su exilio en Hollywood una carrera que se prolongaría por más de tres décadas, oscilando entre algunas obras maestras y otras películas menores de encargo que, de todos modos, incluyen dos o tres escenas que no da vértigo calificar de sublimes, cargadas con ese aliento fatalista alemán y una iluminación heredada del expresionismo de vanguardia europeo. Man Hunt es parte de este segundo grupo de obras, construida entre la perfección de sus escenas sentimentales y el trazo grueso de sus secuencias de acción. El film es anti nazi con los mismos nazis en el poder pero su presente histórico no deja de tener, sin embargo, un tono paródico y una visión caricaturesca de un régimen que en aquel momento estaba masacrando a millones de personas de manera industrial. Siempre pensé que la mejor manera de representar a los nazis es como las personas más inteligentes, sensibles y educadas del mundo, su inhumanidad no está en su esencia (no existe tal cosa) sino en la manera de obrar; ni villanos ni estúpidos, los nazis eran criminales organizados y leídos que mandaban a sus soldados a la guerra con libros de Schopenhauer y Nietzche en la mochila.

El comienzo de Man Hunt es perfecto. El personaje principal tiene en la mira de su fusil a Hitler, Lang hace subjetivas de esa visión y nuestro deseo desatado es del de matar, un mecanismo perverso que el director desnuda mirando y nos muestra cuán bestiales podemos ser en presencia de una bestia. Con esto podría haber acabado la película y yo me hubiera dado por satisfecho, pero lo que sucede luego es que los nazis atrapan al británico Thorndike y cuando este logra escapar comienza una caza humana en la que está en juego la paz del mundo entero. Los personajes que aparecen en su camino van ayudando o tratando de asesinar a Thorndike y algunos de ellos, el niño por ejemplo, son conmovedores. También es hermosa la primera aparición de Joan Bennet, una de esas escenas fenomenales de cualquier película de Lang que mencionaba antes, con los claroscuros marcados y esa sensación de sueno coreografiado que solo los grandes maestros de Hollywood pudieron lograr. Influenciado por Hitchcock, Lang intenta también algo de humor y una trama todos contra uno que le sale a medias, quizás porque su gran merito es filmar la parte oscura del alma y de las sociedades, ajeno a todo cinismo, comprometido con el dolor humano y la siempre difusa definición de justicia. El film es desbordado e incluso inverosímil, Thorndike de despoja de todo y termina en una cueva antes de estar listo para la guerra. Su final anti nazi es también el reflejo de una política americana que se debatía entre el intervencionismo o la pasividad. Nos quedan los bellos escenarios victorianos de Londres y un punado de escenas fenomenales (la despedida de Joan Bennet en el puente, por ejemplo) que, como en The Blue Gardenia o Scarlett Street, hacen al genio de Lang aun mas grande: incluso una película mediocre puede transformarse en sus manos en una experiencia cinematográfica inolvidable.

JPS

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