lunes, 4 de marzo de 2013

High Noon de Fred Zinnemann (1952)

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A principios de enero, en alguna de las placenteras jornadas de ocio cultural que depara el verano, volví a ver (quizás por quinta vez) My Darling Clementine. Sigo pensando que es una de las mejores películas que se hayan hecho. Aun cuando su trama no deja de ser obvia y la situación algo menos que intrascendente, Ford y su inquebrantable humanismo dotan a cada plano de una belleza conmovedora, que supera la banalidad de la acción para volverse drama, drama humano desplegado en algún punto del tiempo (y su ficcion, que es la historia). La fotografía sensacional del film merece tal calificación sólo porque expresa con luces y sombras las emociones encontradas de sus personajes, y el dispositivo técnico esta puesto al servicio de lo humano. Ford lleva a la excelencia eso que alguna vez dijo Ozu: el cine es drama, no accidente.

En High Noon, en cambio, sucede lo opuesto: la situación, el argumento, se despliega por sobre lo humano y solo algunas brillantes actuaciones logran trascender el esquema narrativo. El punto es que, claro, una de esas actuaciones es la de Gary Cooper, su protagonista, cuyo compromiso con lo que considera una obligación moral no deja de revelar, en silencios y miradas, una profunda angustia. Gary Cooper es el eje del film, sobre su figura-actor se apoya todo el peso de una verosimilitud que aun así tambalea. La trama desnuda sus hilos, cae en la alegoría y posee un final precipitado que parecía ser la única salida posible. Donde Ford o Hawks crecen es justo donde Zinnemann falla: en su capacidad para trascender la anécdota. Incluso un amante de las situaciones como Budd Boetticher es capaz de liberarse de ellas para ahondar en los conflictos existenciales de sus personajes. Es en este sentido que High Noon se queda a mitad de camino.

Quizás la exagerada sobre valoración de la que fue objeto en su momento hace que el film me haya decepcionado. Pensándolo bien, High Noon no es una fallida obra maestra sin un excelente film menor, capaz de entretener sin dificultades, con la liviandad típica de las películas pasatistas y algun sorpresivo logro emocional. Quizas Borges debio haber escrito algo al respecto: cuando una obra se libra del peso de su prestigio puede ser disfrutada en plenitud por un publico que, en lugar de aborrecerla, sentira alguna simpatia por sus logros menores. Al final, y esto Borges lo explico en su vision de los clasicos, el tiempo devuelve las cosas a su sitio. Porque vamos,  aunque gano el Oscar hace sólo un año,  ¿quien se acuerda hoy de El Artista?

JPS

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