jueves, 21 de junio de 2012

Chimes at Midnight de Orson Welles (1966)



Orson Welles es el primer cineasta moderno justamente porque en sus películas narra la monumental caída de la modernidad. Kane, los fabulosos Amberson, Falstaff, el detective Quinlan, todos sus personajes terminan abatidos por su magnificencia, por su incapacidad para sostener su propio gigantismo. Claro que esta parábola le cabe al propio Welles y quizás sea por eso, porque el mundo y él compartían la misma metáfora, que algunas de sus películas son fabulosas .

Chimes at Midnight está basada en 4 diferentes obras de Shakespeare, Las Alegres Comadres de Windsor, Ricardo II, Enrique IV y Enrique V. Las tres últimas conforman una línea histórica que narra sucesivos reinados en la Inglaterra del siglo XII, la primera es de donde extrae Welles el carácter asombroso de Falstaff. Welles logra con él una caracterización que trasciende lo corpóreo, que es mimética y asombrosa, que se transforma en un juego de espejos donde personaje y actor se apropian del otro y conforman una máscara perfecta y final. Falstaff es un cuerpo desbordado, el misterioso punto donde el eros y el thanatos se juntan, es soberbio, haragán, vago, borracho, mentiroso, miserable, obeso y, claro, irresistiblemente encantador. Y hay mucho de él en ese otro mito que es Orson.

La película narra la vida del joven príncipe Hal, que  detesta la  vida de la corte y vaga por la campiña en compañía de su mentor, el impresentable Falstaff. Hay una envalentonada civil contra el reinado de su padre y el príncipe sale en su defensa hasta asumir, finalmente, su destino como rey. Si Citizen Kane es la obra menos interesante de Welles porque sobre el final encuentra un centro, un banal símbolo de la inocencia que acomoda las piezas del laberinto y le quita algo de su horror, en Falstaff, en cambio, la resolución es misteriosa y, por lo tanto, particularmente cruel. La caída de Falstaff es anunciada y conmovedora. Javier Marías, algo azorado,  ha dicho que el momento en que Hal se convierte en Enrique V y rechaza a su otrora compañero es una de las escenas más tristes y despiadadas de la literatura y el cine. Las palabras que Hal le dirije a Falstaff en ese momento me eximen de comentarios:

No te conozco, anciano. (…)He soñado largo tiempo con una especie de hombre como tú, así de libertino, pero ahora he despertado y desprecio mi sueño (…). He dado la espalda a mi antiguo yo, así que cuando oigas que vuelvo a ser el que he sido, acércate a mí y tú serás el que fuiste” (Segunda parte: Act. V, esc. 5).

El gesto que Falstaff-Welles hace al escuchar esto en boca de su viejo amigo conforma uno de esos misteriosos momentos que un director de cine busca toda su vida. Esas campanadas a la medianoche dan por terminado un sueño en el que un tipo como Falstaff podía juntarse con la realeza, en el que la ética del bufón podía llegar al poder. Si en algún momento creímos que Falstaff estaba usando al príncipe para alcanzar los honores de la corte, luego comprendemos que era el príncipe quien lo usaba a él para divertirse un poco, como una adolescente se divierte con su perro. 

Welles filma en España una historia ambientada en Inglaterra con su genialidad visual, su amor teatral por las puestas grandiosas, sus arrebatadores primeros planos en gran angular, sus movimientos coreográficos en escena y algunos inolvidables planos secuencia. Chimes At Midnight es la dolorosa despedida de Orson hacia una corte hollywoodense que lo despreciaba y que, como Hal transformado en Enrique V, ha perdido su humanidad para volverse una sociedad anónima donde no hay lugar para payasos.

JPS

No hay comentarios:

Publicar un comentario