El nacimiento del cine fue contemporáneo a las surgimiento de las vanguardias artísticas europeas del inicio del siglo XX; el surrealismo, el dadaísmo, el futurismo, los fauves alemanes y toda una serie de ideas renovadoras sobre lo que el arte debería ser en el inicio de la era del capital surgieron junto al arte industrial por excelencia y muchos de los grandes directores que moldearon Hollywood son exiliados del nazismo que vivieron ese ambiente de explosión vanguardista desde sus inicios: Von Sterneberg, Lang, Wilder, Preminger, Sirk y, por supuesto, el alemán Ernst Lubitsch. Esto explica que sus películas disten de ser conservadoras, y que sus visiones sobre la vida americana estén plagas de ironías y dobles lecturas que son imposibles de encontrar en el cine contemporáneo. Es extraño, pero es más fácil ver una mujer con dos amantes fumando un cigarrillo en paz en una película del 30’ que en una de estos años. Bajo la cascara liberal, el conservadurismo burgués, pseudo cristiano y consumista que rige la conducta social baja su línea una y otra vez con una potencia demoledora. Es por esto que ver a Lubitsch es una extraordinaria experiencia de amor por la libertad, una resistencia artística ante la oscuridad del futuro.
La película narra la historia de una pareja de ladrones de guante blanco, Gaston y Lily, inmersos en la alta sociedad europea, esa nobleza decadente que, como se narra en Titanic, se hundiría sin remedio algunos años después. El problema surge cuando la pareja selecciona como próxima víctima a la viuda de un millonario empresario de perfumes, Madame Colet, una mujer hermosa y liberal de la que Gaston se enamora perdidamente. Los celos de su novia Lily crecen al igual que las sospechas de muchos allegados a la viuda, que dudan de la identidad del nuevo protegido de Madame Colet. La película es una sucesión de ingenio, elegancia y humor refinado, con una brillante utilización de los recursos cinematográficos, concibiendo a la cámara no como testigo de una situación más o menos divertida sino como parte de una coreografía de cuerpos y luces a partir de la que se estructuran las escenas. La película genera de inmediato un código propio, código que el espectador cree y a partir del cual es transportado por los salones y las casas de campo de la aristocracia europea con una sonrisa en el rostro. Gastón descubre que alrededor de Madame Colet hay una serie de sujetos que están esquilmando su fortuna, y a pesar de sus robos, sus mentiras y sus infidelidades, no deja de ser una persona noble y encantadora, algo que solo puede lograr un talento como el de Lubitsch.
La moral del film está, por lejos, mucho más avanzada que la nuestra. En el cine moderno la infidelidad o el crimen se pagan, en aquella época había un resto de cinismo al respecto, y habría que preguntarse que paso luego del nazismo, que horrores habrán quedado en la Gran Memoria de los hombres de la que hablaba Yeats para que nos hayamos transformado en la horrible raza de conservadores que somos. El Código Hays fue solo el inicio de una larga serie de restricciones que llegan hasta nuestros días, en los que la libertad humanista de un filme de Lubitsch es algo impensado. En las películas contemporáneas no dejamos de ver hombres atados a un sistema que no comprenden y que los hace idiotas felices o tristes lucidos, en palabras de Emile Cioran. No quedan rastros de humanismo sino búsquedas desesperadas de vida, no queda amor sino una vaga necesidad por formar un hogar y encerrarse en el. Sin intenciones de caer en el gusto adolescente por el apocalipsis, viendo Trouble in Paradise y esas imágenes en blanco y negro que fluyen como un sueño no deje de pensar que, en comparación, las comedias románticas de Hollywood de la actualidad están pobladas de fantasmas y cuerpos muertos, incapaces de la menor resistencia, entregados tanto delante como detrás de cámaras a la estrechez que se les ofrece.
JPS
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