Debo admitir que
llore viendo el final de Stella Dallas.
El tema de la película es la maternidad y ya
desde el Renacimiento el arte sabe conmovernos ante esa relación íntima
e inexplicable entre una madre y su hijo. La película busca intencionadamente
las lágrimas y, claro, lo consigue, pero las herramientas por las que llega a
tal fin son siempre dignas, alejadas del golpe bajo al que alude el cine
industrial de estos tiempos para sacudir la inerte sensibilidad contemporánea.
Stella Dallas es
una mujer de origen humilde que sueña con casarse con un millonario y tener una
vida disipada llena de lujos. Finalmente, por una serie de casualidades que se
confunden con el destino, consigue su objetivo y el fruto de ese amor es su
hija, la bella e inteligente Laurel. Las diferencias de clase entre Stella y su
esposo, el educado y caballeresco Stephen, se hacen notar y finalmente la
pareja se disuelve. Stephen comienza una nueva relación con la amable Helen,
mujer de clase alta que gana la admiración de la adolescente Laurel. Stella
observa, entonces, como su hija oscila entre su hogar, humilde pero encantador, y la vida
de clase alta llena de mansiones y chicos universitarios del nuevo hogar de su
esposo. Lo que sucede de aquí en más merece ser visto pero diré que Stella
realiza el más conmovedor de los sacrificios en escenas finales que llegan a
las cumbres de ese género hoy despreciado, el melodrama, que sin embargo
alcanzo su clasicismo temprano durante la era de oro de Hollywood.
Las virtudes del
film son numerosas. En primer lugar, el código se construye de inmediato, en
dos o tres planos iniciales que nos hacen posible todo un marco de situaciones
que en la película fluyen con una naturalidad que no deja de impresionarme. Otro
detalle hermoso es que todos los personajes de Stella Dallas son buenos y decentes: aquí no hay villanos sino circunstancias
y, mientras algunos gozan filmando lo feo y lo vil, es encantador ver una
película en la que todo es bello y digno. Luego, claro, hay que destacar al
personaje de Stella, interpretado por una descomunal Barbara Stanwyck que
entrega quizás el gran papel de su carrera. Viendo la película uno siente lo
mismo que ante Ana Karenina o Emma Bovary, esas grandes mujeres de la ficción
del siglo XIX que trascienden el marco artístico para volverse tangibles, encarnaciones
femeninas de todo un estado del mundo. Stella es un personaje que crece, que va
despertando sensaciones diferentes a lo largo de la película, que evoluciona
mágicamente frente a nuestros ojos; parte de su belleza radica en que Stella es
ajena a su brutalidad y que en muchos pasajes del film nosotros vemos en ella
algo que ella no puede ver en sí misma, en un recurso narrativo sensacional que
solo logran los grandes directores. Cabe decir que no conozco en profundidad la
obra de King Vidor aunque la política de
los autores no es una formula y la producción de Samuel Goldwyn seguramente
tuvo mucha influencia en el resultado final. De todos modos, he visto The Crowd y Duel in the Sun y ambas obras del director son en verdad
sensacionales.
Stella Dallas es una de esas películas que no dan pudor
denominar obras maestras. Viendo el
cine contemporáneo, cabe reflexionar si los sentimientos nobles ya no abundan
en el mundo o si los artistas son los que en verdad carecen de nobleza. Creo
que la respuesta es obvia.
JPS
No hay comentarios:
Publicar un comentario