Me resulta muy difícil escribir algunas líneas sobre Fritz Lang, No podría decir que es un director de cine, es mucho más que eso, es uno de los creadores del arte cinematográfico tal como lo conocemos hoy, un genio visionario que, sin perder su amarga visión sobre la sociedad, moldeo la sustancia misma del llamado séptimo arte. Lang llevo su oscuridad europea a la naciente industria americana y la combinación de coyunturas dio como resultado una serie de películas de una belleza aun hoy difícil de emular, con joyas olvidadas y de encargo como The Blue Gardenia o clasicos de renombre como The Big Heat. En su obra no hay víctimas ni victimarios sino una comunidad enferma que no solo sufrirá los horrores del nazismo sino que, de alguna forma, los merecerá.
Fury es sencillamente brillante. Un hombre enamorado y trabajador interpretado por Spencer Tracy se traslada a una nueva ciudad para conseguir un buen empleo y poder casarse con su novia, la preciosa Sylvia Sydney, quien se queda en casa esperando buenas noticias. Pero al llegar a su nuevo destino lleno de esperanzas, nuestro honrado common man es acusado injustamente de un secuestro y condenado a prisión, donde una turba surgida de las entrañas de un apacible pueblito americano intentara prenderlo fuego.
No creo que sea conveniente contar más detalles del argumento, lo que llega luego es un admirable debate moral sobre los alcances de la locura colectiva que Lang desarrollo de manera clásica en otros títulos formidables como M o You Only Live Once. El momento en que la justicia deja de ser justa parece ser un interés particular del director, que crea anti héroes que sufren en carne propia las consecuencias de un mundo corrompido y, acorralados, buscan cualquier salida. El debate moral de la película es admirable, y a pesar de ser de 1936 nunca cae en la ingenuidad que abunda en las películas americanas actuales, siempre dispuestas a fabricar endebles mundos de cartón. Las luces y las sombras marcadas iluminan una sociedad que bajo la superficie de la normalidad revela su lado más perverso y conservador. Viendo el silencio complice de los asesinos inocentes que, en un rapto de locura, intentar asesinar al pobre hombre, no pude dejar de pensar en nuestra dictadura militar y la culpa que nos carcome al pensar que fuimos menos victimas que complices de la masacre. Todo silencio es una forma del horror, y parafraseando a Emile Cioran, quizas haya que decir que si tenemos un repentino rapto de locura es por que, quizas, siempre estuvimos locos y no nos habiamos dado cuenta.
Cada actor entrega una labor memorable y, si caigo en el lugar común de llamar a Fury una obra maestra, es porque Fritz Lang me ha dejado sin demasiadas opciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario