Me resulta difícil ver películas de Bresson ya que son solo trece y sé que, en un día no muy lejano cuya llegada trato de demorar, llegara ese momento amargo en que las haya visto todas. Como consolación cabe afirmar que todas las grandes películas del director se pueden volver a ver varias veces ya que uno presiente que en alguno de sus fotogramas se esconde el enigma que rodea la condición humana.
Basado en un
cuento de Dostoievski que desconocía, Una
Femme Douce es el relato austero de una historia de amor que, como todas,
termina en tragedia. Un hombre desea a una mujer y sucede entonces aquello que
nos advirtieron los budistas y los cristianos, aquella advertencia funesta de
Schopenhauer: el deseo lo arruina todo y transforma a un ser libre en un
prisionero de la fantasía del otro. Bresson es una rareza en el arte del siglo
XX ya que profesa una fe, y quizás eso explique el alcance que adquiere todo lo
que muestra y que contrasta de manera poderosa con el mercantilismo nihilista
del cine contemporáneo. Una Femme Douce es
una historia de amor contada por Dios, el mismo que advirtió a Adán no comer la
manzana y que busco el imposible nirvana en el oriente. El deseo deriva en
pornografía.
El estilo
bressoniano es admirable: sobriedad en la puesta en escena, desprecio por el
efectismo, diálogos mínimos y secos, peso narrativo en la mirada, un montaje
que se construye desde los planos y que es más bien formalista; todo va dándole
una densidad dramática a la película que logra que, sobre el final, las
imágenes posean esa trascendencia que caracteriza la obra del director francés.
JPS
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