martes, 28 de octubre de 2014

The Conjuring de James Wan (2013)



Un matrimonio con 5 hijas se endeuda para comprar una casa y, cuando finalmente se muda, un conjunto de improbables fantasmas los asusta por las noches. No es muy difícil comprender que el miedo a perderlo todo, tal como sucedió en Estados Unidos con la crisis de las hipotecas, es el eje de esta película y del cine de terror en general. El mecanismo es simple y no por eso menos efectivo: aquello que damos como confiable y seguro se deshace y ya no hay más que incertidumbre y miedo. The Home of The Brave transformado en un hostil espacio de pesadilla. 

El problema del cine de terror es que sus alegorías son muy obvias y que, finalmente, exhibe su fatal conservadurismo: el miedo fue pasajero, no hay nada que el sistema narrativo no pueda resolver. Quedan entonces algunos trucos de imagen un poco infantiles, sustos menores y la sensación de que, no importa lo que pase, nadie en verdad sufrirá porque el espectador, en alguna sala remota de Nebraska, aún deberá tener ánimo para volver a su casa y, al otro día, seguir trabajando para construir su pequeño sueño americano. 

Supongo que nada de lo que escribo tiene algún sentido ya que con estos esquemas simples películas mediocres como Mama o Paranormal Activity han recaudado millones de dólares en todo el mundo. Supongo también que, en la medida en que los lazos de comunidad se vayan deshaciendo y el hogar se convierta en un refugio para protegernos del mundo, cualquier película que narre una amenaza a ese pequeño espacio de protección se convertirá, casi por cuestiones emocionales, en un éxito menos del cine que de la sociología y, claro, de la política. 

 

jueves, 23 de octubre de 2014

Gravity de Alfonso Cuarón (2013)



Los críticos se han empeñado en comparar a Gravity con 2001: A Space Odyssey y sólo por eso debí sospechar de sus acalorados elogios: es fama que 2001 es la peor película de Kubrick. De todos modos, aún en su insólito nivel pretensión, en aquel film el espacio (esa construcción ficcional con la que denominamos a todo aquello que sucede por fuera de nuestro planeta) juega un rol dentro del mecanismo narrativo, siquiera porque su insondable infinitud es la metáfora apropiada para el gran interrogante metafísico de la obra. En Gravity, en cambio, el espacio es apenas un juguete tecnológico, un fuego de artificio ideal para organizar una muy inteligente campaña de prensa, sin ningún rol dentro de la trama de la película que, lo juro, podría haber transcurrido sin problemas en un pub del conurbano bonaerense o en una lancha en el océano Atlántico. 

Gravity pudo haber tratado sobre el impulso humano por vivir a pesar de las adversidades pero, incapaz de representar al hombre sin el peso de lo civilizado, Cuarón decidió que esta verdad abstracta se vuelva anécdota: el personaje que interpreta Sandra Bullock ha experimentado la muerte de su hija y, sola en el espacio, debe decidir si lucha por volver a pesar de esa enorme tristeza. Así la película pierde poder, se vuelve un libro de autoayuda en la mesa de saldos de una librería, y acaba clausurando este conflicto ridículo en el plano final más vergonzoso del cine americano reciente.

Los errores de la película son tan grandes y numerosos que es preferible evitar la ennumeración. Pretenciosa, risible, con graves errores de casting, Gravity es la clase de producto moralizante y filosóficamente endeble que en Hollywood premian con un Oscar. 







lunes, 20 de octubre de 2014

Historias Extraordinarias de Mariano Llinás (2008)



Vuelvo al blog luego de algún tiempo ausente para compartir mis impresiones acerca de Historias Extraordinarias, el film de Mariano Llinas. ¿Por qué hacerlo? ¿Por qué agregar más palabras a la fútil discusión? Es difícil responder esa pregunta sin sentirse un completo idiota así que evadiré la respuesta y el conflicto intrínseco que supone. 

En la presentación a la que asistí estaba Llinás en persona y su excesivo peso, su excesiva altura, su excesiva verborragia y su camisa sucia fueron precisos presagio de aquello que sucedería luego, en algún momento de las 4 horas de duración de su película. Podría decir, claro, que con su película Llinás quiso hacer tal o cual declaración en el campo cultural y cinematográfico de su época pero prefiero evadir tales nimiedades, el tiempo borrará las discusiones laterales y el único testimonio cierto seguirá siendo la película en sí misma.  

Historias Extraordinarias es una exploración acerca de los mecanismos de la ficción. La ficción sucede porque alguien tiene la voluntad de contar, voluntad que surge por la primitiva necesidad humana de darle un sentido al mundo que lo rodea. En los principios no existía algo así como una ciencia histórica, lo mitológico y lo real se confundían en narraciones sobre dioses, reyes y guerreros que encarnaban la visión de todo un pueblo. La historia surgió después, cuando la gente dejó de creer en los mitos, cuando el entretenimiento apareció como un valor en sí mismo. Historias Extraordinarias, mucho más humilde, condenada a ser contemporánea, apenas si expone el imaginario del propio Llinas, quizás kafkiano, quizás borgeano, más cercano a las pesadillas luminosas de Bioy Casares. Pero si Borges establecía en Biografía de Tadeo Isidoro Cruz una visión de la literatura y una visión del país, Llinás parece más enfocado en hacer declamaciones sobre las posibilidades del cine, evita vincularse con la tradición y su película se queda en la indagación intelectual, por momentos necesaria, por momentos ridícula. Escaletas de posibles largometrajes se presentan, se narran con una omnipresente voz en off en planos simples, y la sensación es que la película no necesitaba de imágenes, que podría prescindir completamente de ellas, que los planos son decorados para representar con desdén la arrasadora idea madre del film: la ficción no es el resultado de una construcción silenciosa y centenaria sino una máquina creada por un universitario suficientemente culto.

Leo con estupor alguna crítica que considera a HE un film de aventuras. Decir tal cosa es una aberración: para que haya aventura se necesita un héroe, alguien con quien identificarnos, y eso nunca sucede . Los personajes, mediocres, no generan mayor empatía, jamás logran respirar y, aplastados por la omnipresente máquina narrativa, son sólo letras sin humanidad, piezas en el mapa conceptual que es la película. Así su larga proyección se vuelve, por momentos, una tortura silenciosa, y aunque la película apela a toda clase de recursos para sostener la atención está condenada desde el inicio porque fracasa en el fin último de una pieza artística: generar emoción.